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Brasil: ultraderecha, desempleo y militarización

Nota de redacción. Casi desde el inicio del nuevo siglo Brasil se perfilaba como una de las nuevas potencias a nivel global, formó parte de un eje alternativo junto a China, India, Rusia y Sudáfrica, los BRICS, sin embargo en estos últimos tres años dio un giro radical hacia un esquema de gobierno que lo está dejando en la ruina, tanto a nivel económico como social, además de ser uno de los epicentros de la pandemia por la Covid-19 y uno de los países con mayor número de casos y muertes.

Graciela Rodríguez, integrante del Rebrip (organización miembro de Latindadd en Brasil) analiza lo que está pasando en Brasil con la instalación de un nuevo tipo de gobierno, amparado en el poder de las armas y con el respaldo de las élites económicas.

 

Brasil: la deriva fascista

Graciela Rodríguez *

Brasil vive hoy uno de los períodos más dramáticos de su historia, aunque su vida política desde la creación de la República ha llevado consigo las marcas constitutivas de la profunda tragedia social de la esclavitud, la misma que tiñe toda su historia de dolor e infamia. Las características de este momento tampoco están exentas de la misma infamia que emana de su élite patriarcal y esclavista, ni del dolor de la trágica vida cotidiana que vive su población.

La llegada de Bolsonaro a la presidencia, en medio de una elección viciada y fraudulenta por la ausencia forzada de la candidatura de Lula, marcó la instalación de un gobierno de ultraderecha a bordo de una ola neoconservadora global. Por primera, vez desde la redemocratización brasileña posterior a la dictadura iniciada en la década de 1960, el país está ensayando una nueva aventura autoritaria y peligrosa. Analizar la situación que hoy vive Brasil requiere reflexionar al menos sobre algunos aspectos fundamentales.

En este artículo nos gustaría pensar en cuatro de esos aspectos que consideramos relevantes para comprender este golpe, como son: el contexto internacional de crecimiento de la ultraderecha conservadora y de disputa de los Estados Unidos por el mantenimiento de su debilitada hegemonía; en segundo lugar, el avance del sistema financiero en el contexto de la globalización, y más específicamente en Brasil, donde ha causado la desindustrialización gradual del país. En tercer lugar, el crecimiento del desempleo debido al declive industrial y el aumento progresivo de la informalidad, que evidentemente la pandemia exacerbará aún más; y finalmente, la superposición de esta economía precaria y financiarizada con el avance de las ilegalidades económicas y su contracara de militarización de los territorios, con los resultados políticos y sociales que esto trae a la sociedad.

La hegemonía norteamericana en jaque

En primer lugar, el escenario de crecimiento global de la derecha neoliberal, que irrumpe en medio de una profunda crisis del sistema capitalista a partir de principios de este siglo, se agrava con el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008. Esa situación sigue hasta hoy, eclipsada por la pandemia que disimula la nueva crisis que ya se anunciaba.

El surgimiento de una ultraderecha neofascista coincide con la necesidad de que el sistema en crisis cambie las condiciones para la acumulación del capital. De hecho, la guerra comercial entre Estados Unidos y China resalta la brutal disputa por la hegemonía global entre la debilitada economía estadounidense y el vigoroso crecimiento chino y su pronta recuperación pronosticada para después de la pandemia. Esta disputa toma contornos dramáticos de confrontación productiva, comercial, política e incluso bélica, cambiando radicalmente el panorama global todos los días.

El surgimiento de una ultraderecha neofascista coincide con la necesidad de que el sistema en crisis cambie las condiciones para la acumulación del capital.

Será en esa disputa hegemónica que encontraremos gran parte de las causas del golpe que se ha planeado en Brasil desde 2013 y que, finalmente, se consolida en el gobierno actual que podemos caracterizar provisionalmente como híbrido. Gobierno que también puede definirse como una «democracia de baja intensidad», como lo definen algunos autores, o incluso que aún necesita de un nombre en torno a una «dictadura de nuevo tipo». Pero se sabe que fueron los intereses estadounidenses en la región los que trajeron esta forma de golpe jurídico\militar\mediático, que también incluye un legislativo preservado a costa de su actitud conciliadora con el régimen. Este y los demás golpes de estado que han tenido lugar en América Latina durante esta última década han sido promovidos por la necesidad de que Estados Unidos consolide su presencia hegemónica en la región, y actualmente están diseñando un escenario de subordinación de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos a los intereses imperialistas de EEUU.

La codicia por los recursos naturales necesarios para fortalecer esa hegemonía está empujando a Brasil y al conjunto de países latinoamericanos en la perspectiva de profundizar la inserción tradicional de la región en la división internacional del trabajo, en una nueva y feroz etapa neoextractiva, de recolonización de sus pueblos y territorios. La extrema concentración de capital a nivel mundial y el creciente poder de las empresas transnacionales están promoviendo este control y reorganizando la cara de la región.

Este es el telón de fondo que agudiza drásticamente los cambios políticos en la principal economía de América Latina. Resulta así más fácil la comprensión del golpe y el proceso que lleva Brasil a esta situación: este proyecto de expropiación salvaje, asociado con el desempleo, debe implementarse con violencia y terror.

El golpe de estado y la financiarización económica en Brasil

Por lo tanto, el ascenso al poder de Bolsonaro surge de un conjunto de complots que han estado alimentando el propio proceso golpista de Brasil desde 2013. Están estrechamente vinculados a los hilos entrelazados entre los intereses estadounidenses en la región y las nuevas lógicas económicas determinadas por el sistema financiero internacional.

De hecho, no se puede interpretar el golpe de estado que culmina en Bolsonaro y su llegada al gobierno en Brasil sin comprender dos cuestiones importantes: la nueva fase del capitalismo financiarizado en Brasil, con sus múltiples articulaciones productivas y especulativas, y el simultáneo crecimiento acelerado de la lógica de las ilegalidades, que a su vez articulan lo financiero con la presencia militar\policial que se mantuvo y resurge de las sombras de la última dictadura.

La financiarización total de la economía y la vida fue impulsada por un sistema bancario cada vez más especulativo, que por un lado ha hipertrofiado el capital improductivo pero, por otro lado, se ha estado moviendo hacia la perspectiva de una mayor mezcla entre la economía formal y la llamada economía informal. Esa profunda distorsión, causada por el enorme y creciente endeudamiento de países, empresas y también ciudadanos, coloca al bienestar social en una situación de postergación permanente, en vista de la criminosa priorización del llamado ajuste estructural de las economías, promovido por las instituciones internacionales, con el liderazgo del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Ese «ajuste» impuesto a las economías periféricas incluye, en el caso de Brasil así como en otros países, profundos recortes en los presupuestos públicos, incluida la educación, la ciencia y la tecnología, en un momento en que el desarrollo está inextricablemente vinculado al avance tecnológico. A su vez, la expansión de la economía digital y la llamada Industria 4.0 provocarán simultáneamente cambios profundos en el mercado laboral. Si el trabajo formal ya se ha reducido considerablemente en el mundo, y el trabajo informal y precario ha aumentado desproporcionadamente, las nuevas tecnologías están diseñando un camino de masivo desempleo y precarización del trabajo y de la vida a nivel global. Al mismo tiempo, el salto productivo que la industria digitalizada está comenzando a promover va fortaleciendo la demanda por productos primarios y, especialmente, promoviendo una carrera furiosa por el control de los minerales en los territorios que los albergan.

Desindustrialización, desempleo e informalidad

Para seguir analizando la situación actual en Brasil, es necesario agregar otro elemento a los dos procesos mencionados que el hiperliberalismo ha ayudado a apalancar en la sociedad. En primer lugar, este crecimiento del capitalismo financiarizado ha encontrado en Brasil, en la última década, la consolidación gradual del proceso de desindustrialización que había estado ocurriendo desde la década de 1990, junto con el crecimiento vertiginoso de las economías populares y precarizadas en función del aumento del desempleo, especialmente desde 2014 en el marco de los cambios políticos que provocaron el golpe de estado en 2016. Estos procesos estaban interactuando lentamente, e incluso los gobiernos de Lula y Dilma intentaron detenerlos con un fuerte programa de incentivos para grandes empresas locales, las llamadas «campeonas nacionales», con el apoyo del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social  (BNDES), que buscó no solo posponer el declive industrial, sino también promover el empleo formal.

… el golpe reduciría estas perspectivas y en su lugar vino a promover la privatización de grandes empresas como la Petrobras y Embraer, y destruir a través de la Lavajato algunas otras entre las compañías más grandes como Odebrecht

Sin embargo, el golpe reduciría estas perspectivas y en su lugar vino a promover la privatización de grandes empresas como la Petrobras (de prospección y refino de petróleo) y Embraer (de fabricación de aviones comerciales), y destruir a través de la Lavajato[1] algunas otras entre las compañías más grandes como Odebrecht (construcción) y JBS (producción y exportación de carne), causando la ruina de gran parte del sector de la ingeniería y la construcción, y aumentando considerablemente el desempleo en unos pocos años. Paradójicamente, este proceso de desindustrialización fue aprovechado por la creciente financiarización del modelo económico brasileño y la bancarización popular promovida a través de la intermediación de políticas de subsidios sociales. Todo dentro del marco y en sinergia con los intereses políticos y económicos de los Estados Unidos y su manifiesta disputa por la hegemonía regional.

Explosión y neoliberalización de las economías populares

A partir del golpe de estado del 2016, el trabajo de «carteira assinada», como se conoce en Brasil al trabajo formalizado, ha sufrido una caída continua. Actualmente, el desempleo alcanza un nivel muy alto, en comparación con las últimas décadas. En 2019, se alcanzó una impresionante tasa de desempleo del 11.9%, es decir, casi 13 millones de personas estaban desempleadas, e incluso más de 28 millones estaban subempleadas (IBGE, 2020). Con la pandemia, estos números aumentaron alarmantemente, alcanzando una cifra de aproximadamente 20 – 25 millones de desempleados, a lo que se suman más de 40 millones de trabajadores y trabajadoras informales.

Así, para muchos autores, las crisis sistémicas de las últimas décadas serían el resultado de las propias contradicciones estructurales del capitalismo contemporáneo[2]. Por lo tanto, lejos de ser un movimiento pasajero, todo indica que estamos presenciando una transformación muy vasta y profunda del mundo laboral, que se percibe vinculada a la desindustrialización al tiempo que muestra el surgimiento de un trabajo que, en la tendencia, ya no pasa más fundamentalmente por la relación asalariada[3]. El trabajador formal, en su mayoría masculina, que trabaja en fábricas o espacios similares, completamente separado de su entorno familiar y la reproducción diaria de la vida, está siendo reemplazado por trabajadores «informales», sin vínculos establecidos, en relaciones no mediadas por salarios, en condiciones precarizadas y trabajando en espacios comunitarios o locales y a tiempos dispersos. Estos cambios muestran una tendencia que parece haber llegado para quedarse, con un trabajador en el que poco se ve el imaginario de operario que pobló el siglo pasado. Con la pandemia, la irrupción de los trabajadores por aplicativos (apps), el home office y el trabajo remoto se están convirtiendo en la «nueva normalidad», inaugurando una carrera por la desregulación y la precarización  completa del trabajo[4]. Evidentemente, estas nuevas modalidades de trabajo informal ahora enfrentan enormes desafíos organizativos y políticos.

Podemos entonces constatar la reciente explosión de las economías populares, acompañando el fuerte desempleo y la ampliación y pluralidad de categorías de trabajadores, que están dando una nueva cara a las economías periféricas. Sin embargo, debemos enfatizar que en Brasil no sería posible aplicar estrictamente una categoría académica que tiene un cierto punto de vista eurocéntrico sobre el trabajo fordista formal, porque en estas tierras el trabajo informal, o las diversas formas de supervivencia de las poblaciones marginalizadas, siempre han coexistido con el trabajo asalariado fabril, especialmente en el caso de las mujeres negras, que desde hace mucho tiempo han conocido el trabajo informal. Pero aún así, podemos concluir que el cambio en el patrón de empleo y la proliferación de la informalidad en los territorios urbanos de Brasil en los últimos años es notable.

El endeudamiento popular se a transformado en un grave problema social. La utilización de créditos o préstamos para financiar la vida cotidiana es práctica cada vez más común en los sectores populares.

Simultáneamente, es necesario tener en cuenta que en esta etapa, se ha profundizado el papel del sistema financiero en la vida de las personas. Las nuevas características del trabajo allanaron el camino para formas innovadoras de acción del capital financiero sobre el trabajo diario y la vida de los sectores laborales.

El endeudamiento popular se a transformado en un grave problema social. La utilización de créditos o préstamos para financiar la vida cotidiana es práctica cada vez más común en los sectores populares. Ya no se trata más de financiar el consumo de electrodomésticos, reforma de la casa, o inclusive de una máquina para la producción, pero so atender las necesidades básicas, como la compra de comida o el pago de las cuentas de agua, luz y gas: así vemos el endeudamiento en cuanto estrategia para enfrentar la crisis económica de reproducción de la vida. Y las mujeres por ser las principales responsables de esa administración del día a día de las familias, es justamente sobre ellas que ha recaído ese endeudamiento para la subsistencia.[5]

De esto es de lo que hablan autores como Gago y Messadra, con el concepto de «extractivismo ampliado» que imbrica las nuevas formas de acumulación capitalista que se nutren no solo del trabajo asalariado y los recursos naturales, sino que también expanden el endeudamiento de las poblaciones como forma del extractivismo financiero sobre las múltiples formas de trabajo informal. A lo que también agregaría el ámbito de lo ilegal, llegando al control de los territorios periféricos e incluyendo el control de los cuerpos, la sexualidad, los deseos y la vida misma.

Corrupción, lavado de dinero y acuerdos entre tráfico y milicias[6]

Finalmente, para completar este resumen de los elementos que han dado forma al golpe que Brasil ha estado experimentando desde 2016, todavía es necesario visitar sucintamente lo que llamamos “capitalismo de la ilegalidad”, o las tramas cada vez más reforzadas e interconectadas entre la economía formal y las diversas formas de ilicitud en las transacciones económicas.

Para eso, necesitamos incluir dos de las estrategias a más largo plazo promovidas por la CIA y la DEA estadounidenses desde la década de 1980, que también serán parte de este juego combinado para impulsar los cambios que están reestructurando la presencia del imperio en AL. Son ellas la política de combate a las drogas, una antigua conocida en la región, y el avance de las iglesias fundamentalistas, propuesta un poco menos evidente, sin embargo, tan antigua y efectiva, que crean un complejo en pinza que complementará lo que actualmente se conoce como guerra híbrida.[7]

Así, hemos sido testigos del crecimiento meteórico de algunas iglesias neo-pentecostales fundamentalistas (o de la «teología de la prosperidad» que también podrían llamarse «iglesias de mercado») en las últimas décadas, de forma concomitante con la expansión permanente de la conocida política de los Estados Unidos para combatir el narcotráfico, en alianza con las fuerzas armadas y las policías nacionales, que en realidad ha demostrado ser una guerra encubierta contra los pueblos y territorios de América Latina.

El avance del tráfico de armas y drogas y su superposición con los sectores políticos y las fuerzas de seguridad se está fusionando de manera oscura y peligrosa con el vertiginoso aumento del poder social, económico y político de tales iglesias. Aunque estos sean aparentemente dos procesos diferentes, su entrelazamiento en los territorios permite entender las sinergias de un accionar combinado, tanto como fuerzas de control de la subjetividad de las poblaciones como en su actuación en torno al lavado de dinero y la expansión de negocios de ambos, traficantes e iglesias.

A su vez, el avance más reciente de las milicias, su fuerza y ​​poder político, asumiendo paulatinamente las áreas del tráfico y el control de los flujos económicos de esta actividad son evidentes e irrefutables en la práctica, a pesar de las dificultades probatorias.[8] Esa combinación muy opaca de intereses esconde, de hecho, la lenta expansión del neoliberalismo y sus ramificaciones ilícitas en el control de los territorios y en la fragmentación de los tejidos sociales. De esa manera, el control de importantes sectores de la población de las ciudades, que mueven su voto de acuerdo con las órdenes y predicados de los pastores, se evidenció desde el proceso electoral de la candidatura de Bolsonaro.

 Al mismo tiempo, la farsa de la política para combatir el tráfico de armas y drogas permite una coartada eficaz a la aparente incongruencia de reclutar jóvenes que «trabajarán» en este exitoso comercio, y al mismo tiempo aumentar el genocidio de estos jóvenes pobres y negros habitantes de las periferias urbanas precarizadas por el desempleo.

Todo eso agravado por la ausencia en Brasil de un verdadero proceso de “Memoria, Verdad y Justicia” después de la re-democratización, que mantuvo de pie la estructura represiva de la dictadura militar en los altos y bajos rangos de las fuerzas armadas y la policía, permitiendo el caldo de cultivo de la oficialidad y la sub-oficialidad de las que se nutren las milicias y ahora el bolsonarismo y su truculencia. Así es como la intolerancia, el odio, el miedo y, en definitiva, la aniquilación del otro, se han convertido en el pan nuestro de cada día…

Tales procesos, que se han vuelto cada vez más visibles y crecientes en los últimos diez años, también son producto de procesos que han surgido en los años noventa, y que recientemente aparecieron en denuncias y más informaciones sobre sobornos de Oderbretch que, junto a la operación LavaJato, desnudan enormes cuantías en fuga de capitales, evasión de impuestos, depósitos en paraísos fiscales y lavado de dinero que regresaría más tarde como inversión extranjera[9]. Aunque no es posible profundizar esas denuncias en este artículo, tales procesos y escándalos exponen el alcance de la corrupción y la yuxtaposición entre la llamada economía formal y los caminos secretos y oscuros que permiten la aparición de milicias dentro del Estado, consolidándose cada vez más claramente un narcoestado o, peor aún, esta «democracia de nuevo tipo» totalmente minada por procesos espurios.

“Las élites están ensayando para Brasil un proceso macabro: por un lado, de enfrentamiento sin legislación laboral al desempleo que promoverá la economía digital y, por otro, de brutal imposición y profundización del modelo extractivista en el país y la región, y ambos necesitan para imponerse de la creciente militarización de los territorios y la legitimación de la violencia en una supuesta «guerra» contra el enemigo interno”[10]. Enemigo que ahora no es el “comunista” de la dictadura militar, y si los jóvenes pobres y negros que pagan con el encarcelamiento o con la propia vida.

El fascismo no es una «moda» que eligen las élites, es más bien una lógica fundamentalista del capital, que debe aplicarse para la implementación de un violento proceso de destrucción de la naturaleza y de despojo y explotación humana que solo puede avanzar con el terror como ejercicio de contra-ciudadanía.

Como dijo Borges, la historia universal de la infamia continúa escribiéndose, en Brasil con tintes trágicos y mucho dolor…

El feminismo necesita disputar el sentido de esta crisis. Ella es gigantesca y puede verse y leerse desde muchas perspectivas, pero entre ellas y de una manera muy contundente, es necesario definirla como una crisis de la reproducción social y una crisis de la vida misma.

Por esta razón, el movimiento feminista, que viene proponiendo el cuidado, las formas de sociedades no violentas ni jerarquizadas, las relaciones sensibles de los cuerpos y colocando “la vida en el centro”, quizás nos esté mostrando un camino posible…

* Graciela Rodríguez, socióloga, coordinadora del Instituto EQUIT– Género, Economía y Ciudadanía Global, miembro de la REBRIP – Red Brasilera por la Integración de los Pueblos y de la Red de Género y Comercio.

 

NOTAS

[1] Operación LavaJato: conjunto de investigaciones de la Policía Federal para investigar esquemas de corrupción, el lavado de dinero y otros esquemas ilícitos que fueron comandadas en el Poder Judicial por el ex juez Sergio Moro (posteriormente Ministro de Justicia del gobierno de Bolsonaro), y que se denominó ampliamente como una operación diseñada con informaciones del departamento de estado de EE. UU. que en un proceso de lawfare impidió la candidatura de Lula para permitir la elección de Bolsonaro.

[2] Cocco, Giuseppe «Uma crise sistêmica do capitalismo flexível, globalizado e financeirizado«, Unisinos. Mayo de 2009.

 «Estas contradicciones no son, como podría parecer superficialmente, el hecho del dislocamiento de la esfera financiera  con respecto a la esfera real (productiva) de la economía, algo que se desdoblaría en la contradicción entre un buen capitalismo (que sería industrial) y un mal capitalismo (que sería el financiero). La contradicción estructural que está en la base de la crisis es aquella, clásicamente marxista, entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones (capitalistas) de producción ”.

[3] Gago, V. “La razón neoliberal: Economías barrocas y pragmática popular”.  Ed. Tinta Limón. Bs As.2014

[4] Es interesante rescatar la realización de una primera huelga de trabajadores a domicilio por Apps, que tuvo lugar el 1 de julio, y que evidencia la resistencia de esta categoría aun nueva de trabajadores con una organización muy incipiente que entretanto logró una paralización significativa de las principales aplicativos y movilizó grandes manifestaciones. en las capitales del país.

[5] Rodriguez, G. Org. “O sistema financeiro e o endividamento das mulheres”. Instituto Equit. Rio de Janeiro. 2020.

[6] Se designa como milicia al modus operandi de organizaciones criminosas formadas por ciudadanos comunes pero armados, que por ser en su mayoría policías, agentes penitenciarios, militares, etc. fuera de los cuadros de servicio o inclusive en actividad, ejercen papel de pseudo-policías en las comunidades donde actúan, beneficiándose de la condición de ex-funcionarios públicos para cometer crímenes.

[7] Guerra hibrida: estrategia militar que mezcla tácticas de guerra convencional, con tácticas irregulares, políticas, Lawfare, ciberguerra con otros métodos no convencionales como desinformación, fake news, intervención electoral externa etc.

[8] Jose Claudio Souza. “Dos barões ao extermínio: uma história de violência na Baixada Fluminense” Editora APPH. Rio de Janeiro. 2003.

[9] Pepe Escobar. “Brazil´s Money laundering scandal from hel”l. Ásia Times. July 23,2020.

[10] Rodriguez, G. “A Política externa brasileira”. Mimeo. Rio de Janeiro. 2020.

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